Un conflicto se da cuando dos o más personas con intereses contrapuestos entran en una confrontación. En palabras de los psicólogos Miguel Costa y Ernesto López, Premio Cultura de la Salud 2010, existe un conflicto cuando la situación real y la deseada difieren, cuando alguien encuentra en el comportamiento de los demás o en la situación un obstáculo a aquello que quería lograr. Es decir, que tengo un conflicto cuando quiero algo o algo de alguien y no lo consigo.

Los conflictos pueden surgir con nosotros mismos: Todos tenemos conflictos interiores a los que tenemos que hacer frente a diario; pero surgen sobre todo en la relación con los demás. En ese sentido, podríamos diferencias tres tipos de conflictos: por un lado, los reales, cuando dos o más implicados se enfrentan por una situación concreta; por otro, los irreales, que se suelen dar por malas interpretaciones en la comunicación; por último, estarían los conflictos inventados, que son un poco más perversos que los irreales ya que los malentendidos se generan de forma deliberada para provocar algo.

En todo caso, sea como sea el conflicto, hay dos aspectos fundamentales (la comunicación y la gestión de las emociones) que podríamos englobar en uno: la capacidad para comunicar nuestras emociones, aquello que estamos sintiendo. Hay que tener la capacidad de ver y analizar lo que nos está pasando y de decirlo, porque expresar lo que nos pasa, lo que sentimos y lo que queremos, libera. Callarse, por el contrario, solo puede llevar a generar relaciones nocivas y a prolongar de forma infinita el conflicto.

Estas situaciones se dan mucho en las empresas familiares. Pongamos el ejemplo de un padre que montó una empresa, la hizo funcionar y ahora piensa en delegar en su hijo que, sin embargo, no quiere asumir esta responsabilidad. En vez de comunicarse, el hijo puede autoengañarse y reforzarse con argumentos como “¿Dónde voy a estar mejor?” o “Con lo que se ha esforzado por sacarla adelante, no puedo abandonarle”. El padre, por su parte, aunque ve que el hijo no está a gusto, que no se responsabiliza, puede también evitar la comunicación  y convencerse pensando que madurará. Al no haber comunicación entre padre e hijo el conflicto se tapa, pero a la vez se hace cada vez más grande, reforzando sentimientos de culpa y de impotencia que pueden estallar en cualquier momento.

«Sea como sea el conflicto, hay dos aspectos fundamentales (la comunicación y la gestión de las emociones) que podríamos englobar en uno: la capacidad para comunicar nuestras emociones»

Por eso es tan importante la comunicación, para no llegar a esos extremos. Y por eso hay que ver el conflicto como algo positivo, ya que nos debe empujar a sentarnos y a hablar las cosas.

En ese sentido, cuando dos o más personas tienen posiciones opuestas y existe un conflicto entre ellos, es fundamental enmarcar la posición de cada uno. Es decir, que cada uno exprese libremente qué piensa y cuál es su idea. Luego, en vez de huir del conflicto, lo recomendable es quedarnos en él, con calma, hasta que a través del diálogo podamos crear entre todas las partes implicadas una visión nueva, común y compartida. Al final, si somos capaces de valorar lo que es importante para cada uno y de usar la creatividad, podemos llegar a acuerdos que satisfagan a todos y acaban con el conflicto.

Optar por la solución racional o atenazados por la prisa para solventar un conflicto provoca que muchas veces tomemos decisiones desde el impulso, lo que acabará generando nuevos problemas. El conflicto permanecerá aunque aparentemente esté resuelto. Por eso la ecuación para solventar conflictos, en todos los ámbitos de la vida, está clara: comunicación paciencia y creatividad.